artículo

Incendios en la Amazonia son una señal vergonzosa de nuestro afán por excesos

Las llamas que consumen la mayor selva tropical del mundo son una tragedia humana y ambiental; somos todos responsables

Brasil de Fato | São Paulo (SP) |
Vista de un área incendiada de la selva amazónica en Altamira, estado de Pará, Brasil, en la cuenca del Amazonas, el 27 de agosto de 2019
Vista de un área incendiada de la selva amazónica en Altamira, estado de Pará, Brasil, en la cuenca del Amazonas, el 27 de agosto de 2019 - João Laet / AFP

Todavía es difícil dimensionar la devastación provocada por el fuego que sigue ardiendo en la Amazonia. Se trata de una selva que genera un quinto del oxígeno del mundo. Es difícil no sentirse impotente y desesperado ante el desastre que se apodera de la región. 

Pero por más fuerte y amargo que pueda resultar el sentimiento de que estamos ante una catástrofe ambiental, nunca debemos dejar de tener en cuenta de que se trata también de una tragedia humana. 

Necesitamos escuchar con especial atención las voces de quienes tienen por hogar a la selva. Voces que, muy frecuentemente, son marginadas o deliberadamente silenciadas. Sus historias apenas aparecen en notas al pie de notícias en los medios internacionales. No tenemos excusas para no oírlas ahora.

La supervivencia y bienestar de esas comunidades deberían tener prioridad sobre la búsqueda por “desarrollo”, que sirve apenas al afán de consumo y comodidad. El hecho de que no se vea esto como una prioridad moral obvia debería avergonzarnos a todos.

Durante generaciones los pueblos indígenas de la cuenca amazónica han sido los guardianes de la selva. Algunos tuvieron que pagar con sus vidas por esto, mucho antes de que tuvieran lugar los incendios de esta temporada de sequía. Estas comunidades enfrentaron años de ataques, invasiones ilegales y deforestación. Sus derechos fueron ignorados ante la ganancia de distintos intereses económicos, y sus historias son un relato sobre la absoluta desigualdad económica que contamina y corrompe tanto nuestro mundo, incluyendo países como Brasil.

América Latina tiene los peores índices de concentración de la tierra en el mundo. Solamente el 1% de los terratenientes controla la mitad de la tierra arable. En la Amazonia, la minería y la explotación petrolera vienen expulsando las comunidades de los bosques en los cuales han vivido por siglos. 

Existen aproximadamente 3 mil comunidades quilombolas (descendientes de personas esclavizadas), que se encuentran entre quienes más han sufrido por los intereses de las grandes empresas. Algunas de estas comunidades lograron obtener el reconocimiento legal del título de la tierra en la que viven. Quienes no pudieron hacerlo se enfrentan a toda la fuerza de las políticas de desarrollo económico del actual gobierno brasileño, que fomenta la explotación forestal y la minería en tierras quilombolas. 

Este no es un problema solamente de Brasil, o incluso de los demás países que comparten la Amazonia, como Bolivia y Colombia, y que también han sido impactados por el fuego y la devastación ambiental. Es un problema que nos involucra a todos. Los patrones globales de crecimiento económico, que incluyen niveles sin antecedentes de demanda por carne en el mundo desarrollado, son responsables por buena parte de la presión sobre el uso de tierra en la región. Y la deforestación generalizada en otras partes del mundo significa que nuestro equilibrio ecológico global depende, como nunca, de esa región.

Los incendios forestales en la Amazonia son una metáfora visible del efecto de nuestra pasión desenfrenada por crecimiento económico sin límites. Esta pasión es la que ha provocado tanta deforestación en los últimos años. Ella es la responsable por la gran mayoría de los incendios actuales en la región. El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil difundió datos que muestran que la deforestación en julio de este año registró un aumento de 278% en comparación con el mismo mes del año anterior**.

Cada vez más parece que si ya no nos encontramos en un punto de inflexión de nuestra crisis ecológica global, estamos muy próximos. Una crisis generada por el deseo de maximizar indefinidamente lo que podemos extraer de nuestro medio ambiente, como si fuera nada más que una góndola a saquear. El poeta canadiense Robert Bringhurst escribió que “el salvaje”, indómito, complejo mundo que nos rodea, “no es un carpeta de recursos para que nosotros, o nuestra espécie, vendamos o compremos, administremos o despilfarremos a nuestro antojo. La naturaleza salvaje es la tierra viviendo su vida al máximo”. 

El consumismo compulsivo que provoca los daños radicales que vemos, nos deshumaniza tanto como destruye nuestro medio ambiente. El fuego también quema en el alma. 
La belleza de pertenecer a un mundo que nos nutre está en la solidaridad que podemos disfrutar tanto con otros seres vivos, y entre nosotros, como seres humanos.

A partir de este sentido de solidaridad, Christian Aid, la organización que presido, se ha unido a más de 100 organizaciones religiosas en una declaración de apoyo al Sínodo de Obispos de la Amazonia, que se reunirá en Roma el mes que viene. Esta declaración, Somos la Amazonia, manifiesta su apoyo a la visión del Sínodo y esboza una hoja de ruta para la acción para proteger tanto la selva como las comunidades indígenas y activistas de derechos humanos que ponen en riesgo sus vidas para preservar su hábitat.

El primer ministro [británico, Boris Johnson], viene pidiendo “más ambición” en la lucha contra la crisis climática y la pérdida de biodiversidad. Le tomamos la palabra: Christian Aid ha lanzado una petición para que él y los demás líderes globales hagan frente a la pobreza y la desigualdad que han alimentado la crisis ambiental. Ya es hora de solidarizarse con las comunidades que viven en la línea de frente de la crisis, en la Amazonia y en todo el mundo. 

*Dr Rowan Williams es ex Arzobispo de Canterbury y presidente de Christian Aid.

**Los últimos datos divulgados por dicho instituto y referentes al mes de agosto de 2019, muestran un aumento aún mayor de la deforestación.

Edición: Mauro Ramos